Nicolás Maduro sigue el guion típico de los dictadores autoritarios: gobernar a través del miedo y la represión. Ahora, su amenaza de ingresar a la embajada argentina en Caracas para detener a opositores que han buscado refugio diplomático revela un nuevo nivel de desfachatez. Esta movida, envalentonada por su debilitada pero aún agresiva posición, deja claro que el régimen venezolano no tiene más herramientas que la intimidación y la fuerza para mantenerse en el poder.
Tras la derrota catastrófica en las elecciones del 28 de julio, Maduro ha optado por ignorar la voluntad del pueblo venezolano, proclamándose vencedor en unos comicios que fueron condenados por la comunidad internacional. Lejos de aceptar la derrota, ha intensificado su ofensiva contra los opositores, como lo demuestra la creciente presión sobre la embajada argentina, donde seis dirigentes opositores permanecen asilados.
Las respuestas de los gobiernos de Argentina y Brasil, rechazando rotundamente cualquier intervención en las sedes diplomáticas, son una muestra clara de que el aislamiento del régimen de Maduro sigue en aumento. A nivel regional, se están levantando voces de protesta, y Paraguay ha sido contundente en su llamado a respetar los convenios internacionales. El régimen venezolano se encuentra cada vez más solo, con el apoyo apenas de un puñado de aliados de la misma índole autoritaria: Irán, Rusia, Nicaragua y China.
Maduro está jugando con fuego. La violación de la Convención de Viena sobre relaciones diplomáticas, que protege la inviolabilidad de las embajadas, podría traerle consecuencias internacionales serias. Los países democráticos del hemisferio deben intensificar la presión sobre el régimen venezolano, no solo para proteger a los asilados que se encuentran bajo la custodia de Argentina y Brasil, sino para asegurar que el pueblo venezolano pueda ejercer el derecho que ya manifestó en las urnas: vivir en democracia.
Cada acción que Maduro emprende, ya sea contra sus propios ciudadanos o contra actores internacionales, refuerza la convicción de que su régimen está en su fase final. Sin embargo, el camino hacia una transición democrática en Venezuela será complejo y requerirá de una respuesta firme y coordinada de la comunidad internacional.