Por primera vez desde el retorno a la democracia, un presidente de la República presenta una hoja de ruta integral que une la seguridad nacional y el desarrollo como pilares de su mandato. El Plan Estratégico de Seguridad para el Desarrollo 2024-2028, presentado ayer, ofrece un enfoque innovador en un país que históricamente ha relegado este aspecto fundamental, en la vida de una nación.
La teoría enseña que seguridad y desarrollo son dos caras de la misma moneda: las naciones más avanzadas tienen un gran inversión en defensa, logrando sociedades más seguras y productivas. En contrapatida, Paraguay ocupa el puesto 106 en el mundo en gasto de defensa, según datos de 2022, siendo el país con menor inversión en el Cono Sur.
La ecuación es sencilla: las sociedades que se sienten seguras prosperan. No es casualidad que los países más subdesarrollados también sean los más inseguros. Por ello, el anuncio de un plan que busca reforzar la seguridad y, al mismo tiempo, fomentar el desarrollo, es un paso alentador y necesario. La ciudadanía, hastiada por los estragos de la inseguridad, clama a diario por soluciones estructurales para esta problemática.
Un aspecto destacable del Plan Nacional es el combate frontal al terrorismo, en particular contra los grupos que, bajo el disfraz de defender al pueblo, socavan la democracia. Aunque Peña no mencionó directamente al Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP), el legado de su gobierno debería ser la erradicación de este flagelo, que ha causado tanto dolor al país. Extirpar este mal sería una victoria histórica para Paraguay.
El anuncio de Peña es ambicioso, pero representa una apuesta por un futuro más seguro. El respaldo social será clave, pero este solo se concretará en la medida en que los resultados sean visibles. El desafío es monumental, pero si se logra, Peña dejará una huella imborrable en la historia de Paraguay, y la sociedad se lo agradecerá.
