La situación de Venezuela bajo el régimen de Nicolás Maduro es una crisis que no solo afecta a su propia población, sino que tiene repercusiones en toda América Latina y más allá. La masiva emigración de venezolanos es un reflejo de la desesperación que sufren millones de personas que huyen de la pobreza, la represión y la falta de oportunidades. Paraguay, como muchos otros países, ha recibido a esta diáspora con los brazos abiertos, reconociendo la laboriosidad y el espíritu emprendedor de quienes han llegado a nuestro país en busca de una vida mejor. Sin embargo, no podemos ignorar las profundas cicatrices que el exilio deja en las familias y comunidades, cicatrices que en Paraguay conocemos muy bien debido a nuestra propia historia de dictadura.
Ya pasó más de un mes desde que Nicolás Maduro se autoproclamó vencedor en unas elecciones claramente manipuladas, en las que la voluntad del pueblo venezolano fue ignorada. El hecho de que la comunidad internacional, después de un momento inicial de condena, esté permitiendo que la presión sobre el régimen se diluya es profundamente preocupante. No se puede permitir que esta situación se convierta en una nueva normalidad, donde la opresión y el abuso de poder se mantengan sin consecuencias.
Las democracias del mundo tienen la responsabilidad moral de actuar con firmeza. La historia nos ha enseñado que los dictadores no caen por sí solos; caen cuando la presión interna se combina con una condena y acciones internacionales decididas. Es fundamental que las naciones comprometidas con la democracia intensifiquen las sanciones y el aislamiento del régimen de Maduro. No se trata solo de proteger a los venezolanos que aún están dentro de su país, sino también de prevenir un nuevo éxodo que desestabilice aún más la región.
Panamá ya ha dado un paso valiente al romper relaciones diplomáticas con Venezuela y suspender el tráfico aéreo, reconociendo la necesidad de un verdadero aislamiento material del régimen. Otros países deben seguir este ejemplo. No podemos permitir que los intereses políticos o económicos a corto plazo justifiquen la inacción o el apoyo tácito a un régimen que ha demostrado ser una amenaza no solo para su propia gente, sino para toda la región.
El riesgo de que Maduro se aferre al poder indefinidamente, a pesar de la evidente falta de legitimidad, es real. Cada día que pasa, aumenta el sufrimiento de los venezolanos y la posibilidad de un nuevo éxodo masivo. Las sanciones económicas y diplomáticas colectivas son necesarias para acelerar la caída de un régimen que ya ha hecho demasiado daño.
La experiencia de Paraguay bajo la dictadura de Stroessner nos recuerda el dolor y la pérdida que trae consigo el exilio forzado. No podemos permitir que la historia se repita en Venezuela. Las naciones democráticas deben unirse en un frente común para restaurar la democracia en ese país y asegurar un futuro donde los venezolanos no tengan que huir de su tierra natal para encontrar libertad y oportunidades.