La sociedad argentina se encuentra estupefacta ante un nuevo escándalo que tiene como protagonista al polémico y cuestionado ex Presidente Alberto Fernández. La reciente divulgación de videos de contenido cuanto menos cuestionable desde lo ético y moral, en los que aparece manteniendo una conversación de índole sentimental con una mujer da cuenta del modo en que se manejaba en su vida privada el ex mandatario argentino. A esto, se suma la divulgación de fotografías de la esposa, donde se aprecia un grave grado de violencia que ejercía Alberto Fernández en contra de su pareja. Los moretones y las conversaciones exponen el terror vivido. Este escenario se nos presenta como una clara fotografía de la conducta de los exponentes de la izquierda latinoamericana.
La opinión pública regional se encuentra sacudida. Es inevitable plantearnos serios interrogantes sobre la integridad y coherencia de quienes se presentan como líderes políticos. Este escándalo revela una desconexión profunda entre la imagen pública que este ex mandatario ha cultivado, basada en ideales progresistas y socialistas, y su comportamiento privado, que contradice los valores que supuestamente promueve. Debemos recordar los sentidos discursos respecto a la protección de la mujer y el modo en que el ex mandatario hondeaba el “pañuelo verde” como emblema del feminismo.
El peligro de la demagogia se hace evidente cuando figuras políticas adoptan posturas ideológicas que, en la práctica, no son más que máscaras para encubrir sus verdaderas intenciones o debilidades, al tiempo de buscar no más que ganar adeptos. En una región donde la política ha sido históricamente escenario de promesas incumplidas y líderes caídos en desgracia, este incidente refuerza la necesidad de una mayor transparencia y coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, y un mayor escrutinio por parte de los votantes respecto a los líderes. Es una invitación a sacarnos la vendas y reconocer las señales que al final, son siempre claras.
Debemos ser claros, aquí no se juzga la vida privada de Alberto Fernández respecto a la supuesta infidelidad, pero si debemos cuestionar la conducta de la investidura presidencial. En esas instancias de responsabilidad política y social es casi imposible disociar al ser humano de la investidura que ostenta.
La conducta de este ex presidente no solo pone en tela de juicio su carácter personal, sino que también destruye cualquier tipo de confianza en un proyecto político que se presenta como defensor de los más vulnerables y promotor de la igualdad social. Los ideales progresistas y socialistas, cuando son manipulados por la demagogia, no solo pierden credibilidad, sino que también pueden desvirtuar las luchas legítimas por la justicia social, convirtiéndose en realidad en un peligro, tal cual nos enseña la historia.
Aunque parezca difícil, debemos tratar de extraer algo positivo de todo esto. Este escándalo debe servir como una advertencia sobre los peligros de depositar nuestra confianza en líderes que utilizan discursos grandilocuentes para enmascarar comportamientos inaceptables. La política debe ser un reflejo de la integridad y la coherencia, y no un juego de apariencias que, en última instancia, traiciona a aquellos a quienes se promete representar.