Existen, lastimosamente, en nuestro día a día múltiples hechos que denotan corrupción. Unos más evidentes que otros, pero todos ciertamente condenables. Parecería ser que el colectivo consciente del paraguayo se encuentra anestesiado; acostumbrado a los golpes tras décadas de hechos lesivos al patrimonio nacional. Se debe despertar del letargo, y forzar a la instituciones la aplicación de la ley y la reparación de los daños por parte de los actores.

En este caso, los números hablan claramente. La presidencia de Mario Abdo Benítez en Paraguay estuvo marcada por hechos sumamente controvertidos, y esto queda claro especialmente en lo referente al notable incremento de las ventas e importaciones de sus empresas durante su mandato.

Este crecimiento no puede ser considerado una simple coincidencia, sino más bien una clara evidencia de cómo su posición de poder fue utilizada para favorecer sus propios intereses económicos, en detrimento de sus obligaciones legales y morales hacia la ciudadanía. Los informes emanados de la Contraloría ponen a la luz números escandalosos, con incrementos de incluso el 821% en sus importaciones. No existe empresa en el mundo que logre esto, al menos no de forma convencional ni mediante negocios tradicionales.

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El periodo de gobierno de Abdo Benítez coincidió con una crisis sanitaria mundial sin precedentes: la pandemia de COVID-19. Mientras el país enfrentaba una oleada de contagios, muertes, carencias y cierre masivo de empresas, las firmas vinculadas al entonces presidente prosperaban de manera insólita. La relación entre sus negocios y el Estado se hizo evidente, planteando serias certezas sobre la ética de su administración. ¿Cómo es posible que, en medio de una tragedia sanitaria, las empresas del presidente experimentaran un auge tan escandaloso en sus actividades comerciales?

Las denuncias y las sospechas de corrupción no tardaron en surgir. Las cifras muestran un aumento descomunal en las importaciones y ventas de estas empresas, insinuando que se beneficiaron de contratos y licitaciones públicas. Este comportamiento va en contra de cualquier principio de transparencia y buen gobierno, exponiendo una red de intereses que favoreció a unos pocos en detrimento de la mayoría. Mientras miles de paraguayos sufrían la pérdida de seres queridos y una profunda crisis económica, la acumulación de riqueza por parte de las empresas del ex mandatario resultaba grotesca e inmoral.

La pandemia puso en jaque no solo la salud de la población, sino también la integridad de las instituciones democráticas del país. La gestión de Abdo Benítez se caracterizó por una falta de sensibilidad y compromiso con los más vulnerables. Las medidas de apoyo a la ciudadanía fueron insuficientes y tardías, mientras los beneficios para sus propias empresas no cesaban. Este impúdico aumento patrimonial durante su gobierno es una muestra palpable de cómo la política y los negocios se entrelazaron de manera perjudicial para el interés público.

Es posible catalogar este caso como el más alevoso de la era democrática, ya que jamás ningún presidente se animó a tanto. Al mismo tiempo, es una oportunidad para castigar la conducta lesiva como nunca antes. Será bueno que despertemos como sociedad, que abramos los ojos ante estos datos inauditos. Que sepamos identificar los momentos y demos uso de las armas legales y constitucionales para que nunca más ninguna administración se atreva a trasgredir la ley.

La historia juzgará con severidad la gestión de Mario Abdo Benítez, quien, lejos de cumplir con su deber de proteger y servir a su pueblo, optó por asegurar la prosperidad de sus negocios personales. El caso de Paraguay bajo su mando es un recordatorio trágico de los peligros de la corrupción y el abuso de poder, especialmente en tiempos de crisis, cuando la moralidad y la ética deberían ser el faro que guía a los líderes.